Durante el primer siglo, los cristianos de Roma no tuvieron cementerios propios. Si poseían terrenos, enterraban en ellos a sus muertos. Si no, recurrían a los cementerios comunes que usaban también los paganos. En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones, los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe. Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario.
Las catacumbas, por la importancia que encierran, reciben hoy la visita de miles de peregrinos de todas las partes del mundo. Por su precioso patrimonio de pinturas, inscripciones, esculturas, etc., son consideradas auténticos archivos de la Iglesia primitiva, que documentan los usos y costumbres, los ritos y la doctrina cristiana como se entendía, se enseñaba y se practicaba entonces.
Los primeros cristianos no sepultaron su fe y su vida bajo tierra, sino que vivieron la vida común del pueblo en la familia, en la sociedad, en todos los trabajos, empleos y profesiones. Dieron testimonio de su fe en todas partes, pero fue en las catacumbas donde aquellos heroicos cristianos encontraron la fuerza y el apoyo para afrontar las pruebas y las persecuciones, mientras oraban al Señor e invocaban la intercesión de los mártires. Los cristianos de los primeros tiempos dieron un maravilloso testimonio de Cristo, muchos de ellos hasta el derramamiento de la sangre, de modo que su martirio se convirtió en un distintivo glorioso de la Iglesia. A pesar del hecho de que las catacumbas no son, después de todo, más que cementerios, hablan a la mente y al corazón de los que las visitan con un lenguaje silencioso y eficaz. En las catacumbas todo habla de vida más que de muerte. Cada galería, cada símbolo o pintura que se encuentra, cada inscripción que se lee, hace revivir el pasado y ofrece un claro mensaje de fe y de testimonio cristiano.
Los cristianos participaban de lleno en todas las actividades sociales, en las profesiones y en los trabajos más dispares, poniendo su propia vida al servicio de los hermanos. Las inscripciones fúnebres lo confirman ampliamente y recuerdan, por ejemplo, a las siguientes personas:
§ Deuterio, profesor de latín y griego
§ Teódulo, suboficial valiente y administrador honesto
§ Redento, el diácono llorado por sus fieles y el papa Liberio
§ Annio Inocencio, "nuncio apostólico
§ Valerio Pardo, hortelano, representado con un hocino en una mano y una hortaliza en la otra
§ Ebencio, sacerdote en cura de almas
Estos son tan solo algunos de los varios epígrafes de las Catacumbas de San Calixto que describen la vida de los cristianos y la extrema variedad de sus profesiones. Nos damos cuenta cabal de cómo estaban ellos íntimamente insertos en el contexto social de su tiempo.
Los apologistas del II, III y IV siglo podían refutar como absurdas e injustas las calumnias y acusaciones dirigidas contra los cristianos de vivir aislados de todos, de ser deshonestos e improductivos. Su forma de vida era, en realidad, maravillosa; más aún, tenía algo de increíble (Carta a Diogneto); no se aislaban en absoluto, sino que participaban de todas las actividades al igual que los paganos; en una palabra, "vivían en la justicia y la santidad" (Arístides); "habían aprendido de Dios a vivir en la honestidad" (Tertuliano). "Pasan la vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo".Las inscripciones de las catacumbas ilustran, en efecto, la fe profesada por los primeros cristianos. Nos manifiestan qué pensaban de las realidades últimas, de la muerte y de la suerte del alma en la eternidad. Las inscripciones revelan en los fieles una difusa actitud de serenidad y paz. A la muerte no se la ve como una maldición, como el fin de todo, sino como un descanso tranquilo en espera de la resurrección de los cuerpos prometida por Cristo.
§ Una inscripción en particular compendia la fe de los cristianos:
"Aquel que caminando por el mar amainó sus amargas olas,que da vida a la semilla, en tierra sepultada,que pudo romper los lazos mortalesdel sepulcrodespués de las tinieblas, y entregar de nuevo vivo,pasados tres días, el hermano a Marta, su hermana, hará que Dámaso, así lo creo, de sus cenizas renazca".
Grupo Claudia; Andrea Terán
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